Legends, Tales and Poems by Gustavo Adolfo Becquer
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más gracioso del caso, que en más de una ocasión les ha sorprendido
concertando entre sí las burlas que han de hacerle, y después que estas burlas se han llevado á término, ha oído las ruidosas carcajadas con que las celebran. Mientras esto decía el montero, Constanza, que así se llamaba la hermosa hija de don Dionís, se había aproximado al grupo de los cazadores, y como demostrase su curiosidad por conocer la extraordinaria historia de Esteban, uno de éstos se adelantó hasta el sitio en donde el zagal daba de beber á su ganado, y le condujo á presencia de su señor, que para disipar la turbación y el visible encogimiento del pobre mozo, se apresuro á saludarle por su nombre, acompañando el saludo con una bondadosa sonrisa. Era Esteban un muchacho de diecinueve á veinte años, fornido, con la cabeza pequeña y hundida entre los hombros, los ojos pequeños y azules, la mirada incierta y torpe como la de los albinos, la nariz roma, los labios gruesos y entreabiertos, la frente calzada, la tez blanca pero ennegrecida por el sol, y el cabello que le caía en parte sobre los ojos y parte alrededor de la cara, en guedejas ásperas y rojas semejantes á las crines de un rocín colorado. Esto, sobre poco mas ó menos, era Esteban en cuanto al físico; respecto á su moral, podía asegurarse sin temor de ser desmentido ni por él ni por ninguna de las personas que le conocían, que era perfectamente simple, aunque un tanto suspicaz y malicioso como buen rústico. Una vez el zagal repuesto de su turbación, le dirigió de nuevo la palabra don Dionís, y con el tono más serio del mundo, y fingiendo un |
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