Legends, Tales and Poems by Gustavo Adolfo Becquer
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Una vez acomodado en su nuevo escondite, esperó el tiempo suficiente
para que las corzas estuvieran ya dentro del río, á fin de hacer el tiro más seguro. Apenas empezó á escucharse ese ruido particular que produce el agua que se bate á golpes ó se agita con violencia, Garcés comenzó á levantarse poquito á poco y con las mayores precauciones, apoyándose en la tierra primero sobre la punta de los dedos, y después con una de las rodillas. Ya de pie, y cerciorándose á tientas de que el arma estaba preparada, dió un paso hacia adelante, alargó el cuello por cima de los arbustos para dominar el remanso, y tendió la ballesta; pero en el mismo punto en que, á par de la ballesta, tendió la vista buscando el objeto que había de herir, se escapó de sus labios un imperceptible é involuntario grito de asombro. La luna que había ido remontandose con lentitud por el ancho horizonte, estaba inmóvil y como suspendida en la mitad del cielo. Su dulce claridad inundaba el soto, abrillantaba la intranquila superficie del río y hacía ver los objetos como á través de una gasa azul. Las corzas habían desaparecido. En su lugar, lleno de estupor y casi de miedo, vió Garcés un grupo de bellísimas mujeres, de las cuales, unas entraban en el agua jugueteando, mientras las otras acababan de despojarse de las ligeras túnicas que aún ocultaban á la codiciosa vista el tesoro de sus formas. En esos ligeros y cortados sueños de la mañana, ricos en imágenes |
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