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Legends, Tales and Poems by Gustavo Adolfo Becquer
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altas agujas que lo coronan, entonces es cuando se comprende, al
sentirla, la tremenda majestad de Dios que vive en él, y lo anima con
su soplo y lo llena con el reflejo de su omnipotencia.

El mismo día en que tuvo lugar la escena que acabamos de referir, se
celebraba en la catedral de Toledo el último de la magnífica octava de
la Virgen.[1]

[Footnote 1: octava de la Virgen. The eight days during which is
solemnized the principal fête of the Virgin, August 15-22. See p.
52, note 3.]

La fiesta religiosa había traído á ella una multitud inmensa de
fieles; pero ya ésta se había dispersado en todas direcciones; ya se
habían apagado las luces de las capillas y del altar mayor, y las
colosales puertas del templo habían rechinado sobre sus goznes para
cerrarse detrás del último toledano, cuando de entre las sombras, y
pálido, tan pálido como la estatua de la tumba en que se apoyo un
instante mientras dominaba su emoción, se adelantó un hombre que vino
deslizándose con el mayor sigilo hasta la verja del crucero. Allí la
claridad de una lámpara permitía distinguir sus facciones.

Era Pedro.

¿Que había pasado entre los dos amantes para que se arrastrara al fin
á poner por obra una idea que sólo el concebirla había erizado sus
cabellos de horror? Nunca pudo saberse.

Pero él estaba allí, y estaba allí para llevar á cabo su criminal
propósito. En su mirada inquieta, en el temblor de sus rodillas, en el
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