Legends, Tales and Poems by Gustavo Adolfo Becquer
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sus pies se habían clavado en el pavimento. Bajó los ojos, y sus
cabellos se erizaron de horror: el suelo de la capilla lo formaban anchas y obscuras losas sepulcrales. Por un momento creyó que una mano fría y descarnada le sujetaba en aquel punto con una fuerza invencible. Las moribundas lámparas, que brillaban en el fondo de las naves como estrellas perdidas entre las sombras, oscilaron á su vista, y oscilaron las estatuas de los sepulcros y las imágenes del altar, y osciló el templo todo con sus arcadas de granito y sus machones de sillería. --¡Adelante! volvió á exclamar Pedro como fuera de sí, y se acercó al ara, y trepando por ella subió hasta el escabel de la imagen. Todo alrededor suyo se revestía de formas quiméricas y horribles; todo era tinieblas y luz dudosa, más imponente aún que la obscuridad. Sólo la Reina de los cielos, suavemente iluminada por una lámpara de oro, parecía sonreir tranquila, bondadosa, y serena en medio de tanto horror. Sin embargo, aquella sonrisa muda é inmóvil que le tranquilizara[1] un instante, concluyó por infundirle temor; un temor más extraño, más profundo que el que hasta entonces había sentido. [Footnote 1: tranquilizara. See p.16, note 3.] Tornó empero á dominarse, cerró los ojos para no verla, extendió la mano con un movimiento convulsivo y le arrancó la ajorca de oro, piadosa ofrenda de un santo arzobispo; la ajorca de oro cuyo valor equivalía á una fortuna.[2] |
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