Legends, Tales and Poems by Gustavo Adolfo Becquer
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pudieron ya contener por más tiempo la risa, que hacía largo rato les
retozaba en los ojos, y dando rienda á su buen humor, prorrumpieron en una carcajada estrepitosa. De los primeros en comenzar á reir y de los últimos en dejarlo, fueron don Dionís, que á pesar de su fingida circunspección no pudo por menos de tomar parte en el general regocijo, y su hija Constanza, la cual cada vez que miraba á Esteban todo suspenso y confuso, tornaba á reirse como una loca hasta el punto de saltarle las lágrimas á los ojos. El zagal, por su parte, aunque sin atender al efecto que su narración había producido, parecía todo turbado é inquieto; y mientras los señores reían á sabor de sus inocentadas, él tornaba la vista á un lado y á otro con visibles muestras de temor y como queriendo descubrir algo á través de los cruzados troncos de los árboles. --¿Qué es eso, Esteban, qué te sucede? le preguntó uno de los monteros notando la creciente ínquietud del pobre mozo, que ya fijaba sus espantadas pupilas en la hija risueña de don Dionís, ya las volvía á su alrededor con una expresión asombrada y estúpida. --Me sucede una cosa muy extraña, exclamó Esteban. Cuando después de escuchar las palabras que dejo referidas, me incorporé con prontitud para sorprender á la persona que las había pronunciado, una corza blanca como la nieve salió de entre las mismas matas en donde yo estaba oculto, y dando unos saltos enormes por cima de los carrascales y los lentiscos, se alejó seguida de una tropa de corzas de su color natural, y así estas como la blanca que las iba guiando, no arrojaban bramidos al huir, sino que se reían con unas carcajadas, cuyo eco juraría que aún me está soñando en los oídos en este momento. |
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