Legends, Tales and Poems by Gustavo Adolfo Becquer
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las puertas de su castillo. Acto continuo dispusiéronle una frugal
colación, y sentóse con su hija á la mesa. --Y Garcés ¿dónde esta? preguntó Constanza notando que su montero no se encontraba allí para servirla como tenía de costumbre. --No sabemos, se apresuraron á contestar los otros servidores; desapareció de entre nosotros cerca de la cañada, y esta es la hora en que todavía no le hemos visto. En este punto llegó Garcés todo sofocado, cubierta aún de sudor la frente, pero con la cara más regocijada y satisfecha que pudiera imaginarse. --Perdonadme, señora, exclamó, dirigiéndose á Constanza; perdonadme si he faltado un momento á mi obligación; pero allá de donde vengo á todo el correr de mi caballo, como aquí, sólo me, ocupaba en serviros. --¿En servirme? repitió Constanza; no comprendo lo que quieres decir. --Sí, señora; en serviros, repitió el joven, pues he averiguado que es verdad que la corza blanca existe. Á mas de Esteban, lo dan por seguro otros varios pastores, que juran haberla visto más de una vez, y con ayuda de los cuales espero en Dios y en mi patrón San Huberto que antes de tres días, viva ó muerta, os la traeré al castillo. --¡Bah!... ¡Bah!... exclamo Constanza con aire de zumba, mientras hacían coro á sus palabras las risas más ó menos disimuladas de los circunstantes; déjate de cacerías nocturnas y de corzas blancas: mira que el diablo ha dado en la flor de tentar á los simples, y si te |
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