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Legends, Tales and Poems by Gustavo Adolfo Becquer
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corza se volvió hacia el montero, y con voz clara y aguda detuvo su
acción con un grito, diciendole:--Garcés ¿qué haces?--El joven
vaciló, y después de un instante de duda, dejó caer al suelo el arma,
espantado á la sola idea de haber podido herir á su amante. Una sonora
y estridente carcajada vino á sacarle al fin de su estupor; la corza
blanca había aprovechado aquellos cortos instantes para acabarse de
desenredar y huír ligera como un relámpago, riéndose de la burla hecha
al montero.

--¡Ah! condenado engendro de Satanás, dijo éste con voz espantosa,
recogiendo la ballesta con una rapidez indecible: pronto has cantado
la victoria, pronto te has creído fuera de mi alcance; y esto
diciendo, dejó volar la saeta, que partió silbando y fue á perderse en
la obscuridad del soto, en el fondo del cual sonó al mismo tiempo un
grito, al que siguieron después unos gemidos sofocados.

--¡Dios mío! exclamó Garcés al percibir aquellos lamentos angustiosos.
¡Dios mío, si será verdad! Y fuera de sí, como loco, sin darse cuenta
apenas de lo que le pasaba, corrió en la dirección en que había
disparado la saeta, que era la misma en que sonaban los gemidos. Llegó
al fin; pero al llegar, sus cabellos se erizaron de horror, las
palabras se anudaron en su garganta, y tuvo que agarrarse al tronco de
un árbol para no caer á tierra.

Constanza, herida por su mano, expiraba allí á su vista, revolcándose
en su propia sangre, entre las agudas zarzas del monte.



LA AJORCA DEL ORO
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