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Legends, Tales and Poems by Gustavo Adolfo Becquer
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I

Ella era hermosa, hermosa con esa hermosura que inspira el vértigo;
hermosa con esa hermosura que no se parece en nada á la que soñamos en
los ángeles, y que, sin embargo, es sobrenatural; hermosura diabólica,
que tal vez presta el demonio á algunos seres para hacerlos sus
instrumentos en la tierra.

Él la amaba: la amaba con ese amor que no conoce freno ni límites; la
amaba con ese amor en que se busca un goce y sólo se encuentran
martirios; amor que se asemeja á la felicidad, y que, no obstante,
parece infundir el cielo para la expiación de una culpa.

Ella era caprichosa, caprichosa y extravagante, como todas las
mujeres[1] del mundo.

[Footnote 1: This cynical view of women is repeated in some of
Becquer's verses, and may not unlikely have been caused by a bitter
personal experience, as the love-story embodied in the poems seems
to suggest.]

Él, supersticioso, supersticioso y valiente, como todos los hombres de
su época.

Ella se llamaba María Antunez.

Él Pedro Alfonso de Orellana.

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