Legends, Tales and Poems by Gustavo Adolfo Becquer
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[Footnote 2: le. See p. 66, note 1.] No obstante, Lope y Alonso permanecían impasibles, mudos, midiéndose con los ojos, de la cabeza á los pies, sin que la tempestad de sus almas se revelase más que por un ligero temblor nervioso, que agitaba sus miembros como si se hallasen acometidos de una repentina fiebre. Los murmullos y las exclamaciones iban subiendo de punto; la gente comenzaba á agruparse en torno de los actores de la escena; doña Inés, ó aturdida ó complaciéndose en prolongarla, daba vueltas de un lado á otro, como buscando donde refugiarse y evitar las miradas de la gente, que cada vez acudía en mayor número. La catástrofe era ya segura; los dos jóvenes habían ya cambiado algunas palabras en voz sorda, y mientras que con la una mano sujetaban el guante con una fuerza convulsiva, parecían ya buscar instintivamente con la otra el puño de oro de sus dagas, cuando se entreabrió respetuosamente el grupo que formaban los espectadores, y apareció el Rey. Su frente estaba serena; ni había indignación en su rostro, ni cólera en su ademán. Tendió una mirada alrededor, y esta sola mirada fué bastante para darle á conocer lo que pasaba. Con toda la galantería del doncel más cumplido, tomó el guante de las manos de los caballeros que, como movidas por un resorte, se abrieron sin dificultad al sentir el contacto de la del monarca, y volviéndose á doña Inés de Tordesillas que, apoyada en el brazo de una dueña,[1] parecía próxima á desmayarse, exclamó, presentándolo, con acento, aunque templado, firme: |
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