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Legends, Tales and Poems by Gustavo Adolfo Becquer
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Cuando el pastor terminó su relato, llegábamos precisamente á la
cumbre más cercana al pueblo, desde donde se ofreció á mi vista el
castillo obscuro é imponente con su alta torre del homenaje, de la que
sólo queda en pie un lienzo de muro con dos saeteras, que
transparentaban la luz y parecian los ojos de un fantasma. En aquel
castillo, que tiene por cimiento la pizarra negra de que está formado
el monte, y cuyas vetustas murallas, hechas de pedruscos enormes,
parecen obras de titanes, es fama que las brujas de los contornos
tienen sus nocturnes conciliábulos.

La noche habiá cerrado ya, sombriá y nebulosa. La luna se dejaba ver á
intervalos por entre los jirones de las nubes que volaban en derredor
nuestro, rozando casi con la tierra, y las campanas de Trasmoz[1]
dejaban oir lentamente el toque de oraciones, como el final de la
horrible historia que me acababan de referir.

[Footnote 1: Trasmoz. See p. 2, note 2.]

Ahora que estoy en mi celda tranquilo, escribiendo para ustedes la
relación de estas impresiones extrañas, no puedo menos de maravillarme
y dolerme de que las viejas supersticiones tengan todavía tan hondas
raíces entre las gentes de las aldeas, que den lugar á sucesos
semejantes; pero, ¿por qué no he de confesarlo? sonándome aún las
últimas palabras de aquella temerosa relación, teniendo junto á mi á
aquel hombre que tan de buena fe imploraba la protección divina para
llevar á cabo crímenes espantosos, viendo á mis pies el abismo negro y
profundo en donde se revolvía el agua entre las tinieblas, imitando
gemidos y lamentos, y en lontananza el castillo tradicional,[1]
coronado de almenas obscuras, que parecían fantasmas asomadas á los
muros, sentí una impresión angustiosa, mis cabellos se erizaron
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