Legends, Tales and Poems by Gustavo Adolfo Becquer
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venado en ellos ni por un ojo de la cara.
Hablaba yo de esto mismo en el lugar, sentado en el porche de la iglesia, donde después de acabada la misa del domingo solía reunirme con algunos peones de los que labran la tierra de Veratón,[1] cuando algunos de ellos me dijeron: [Footnote 1: Veratón. See p. 25, note 1.] --Pues, hombre, no sé en qué consista el que tú no los topes, pues de nosotros podemos asegurarte que no bajamos una vez á las hazas que no nos encontremos rastro, y hace tres ó cuatro días, sin ir más lejos, una manada, que á juzgar por las huellas debía componerse de más de veinte, le segaron antes de tiempo una pieza de trigo al santero de la Virgen del Romeral.[1] [Footnote 1: la Virgen del Romeral. A hermitage in the locality.] --¿Y hacia qué sitio seguía el rastro? pregunté á los peones, con animo de ver si topaba con la tropa. --Hacia la cañada de los cantuesos, me contestaron. No eché en saco roto la advertencia: aquella noche misma fuí á apostarme entre los chopos. Durante toda ella estuve oyendo por acá y por allá, tan pronto lejos como cerca, el bramido de los ciervos que se llamaban unos á otros, y de vez en cuando sentía moverse el ramaje á mis espaldas; pero por más que me hice todo ojos, la verdad es que no pude distinguir á ninguno. |
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