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Legends, Tales and Poems by Gustavo Adolfo Becquer
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Ya no vais á los montes precedido de la ruidosa jauría, ni el clamor
de vuestras trompas despierta sus ecos. Sólo con esas cavilaciones que
os persiguen, todas las mañanas tomáis la ballesta para enderezaros á
la espesura y permanecer en ella hasta que el sol se esconde. Y cuando
la noche obscurece y voivéis pálido y fatigado al castillo, en balde
busco en la bandolera los despojos de la caza. ¿Qué os ocupa tan
largas horas lejos de los que más os quieren?

Mientras Iñigo hablaba, Fernando, absorto en sus ideas, sacaba
maquinalmente astillas de su escaño de ébano con el cuchillo de monte.

Después de un largo silencio, que solo interrumpia el chirrido de la
hoja al resbalarse sobre la pulimentada madera, el joven exclamó
dirigiéndose á su servidor, como si no hubiera escuchado una sola de
sus palabras:

--Iñigo, tú que eres viejo, tú que conoces todas las guaridas del
Moncayo, que has vivido en sus faldas persiguiendo á las fieras, y en
tus errantes excursiones de cazador subiste más de una vez á su
cumbre, dime, ¿has encontrado por acaso una mujer que vive entre sus
rocas?

--¡Una mujer! exclamó el montero con asombro y mirándole de hito en
hito.

--Sí, dijo el joven; es una cosa extraña lo que me sucede, muy
extraña.... Creí poder guardar ese secreto eternamente, pero no es ya
posible; rebosa en mi corazón y asoma á mi semblante. Voy, pues, á
revelártelo.... Tú me ayudarás á desvanecer el misterio que envuelve á
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