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Legends, Tales and Poems by Gustavo Adolfo Becquer
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esa criatura, que al parecer solo para mí existe, pues nadie la
conoce, ni la ha visto, ni puede darme razón de ella.

El montero, sin despegar los labios, arrastró su banquillo hasta
colocarlo junto al escaño de su señor, del que no apartaba un punto
los espantados ojos. Éste, después de coordinar sus ideas, prosiguió
así:

--Desde el día en que á pesar de tus funestas predicciones llegué á la
fuente de los Álamos, y atravesando sus aguas recobré el ciervo que
vuestra superstición hubiera dejado huir, se llenó mi alma del deseo
de la soledad.

Tú no conoces aquel sitio. Mira, la fuente brota escondida en el seno
de una peña, y cae resbalándose gota á gota por entre las verdes y
flotantes hojas de las plantas que crecen al borde de su cuna.
Aquellas gotas que al desprenderse brillan como puntos de oro y suenan
como las notas de un instrumento, se reunen entre los céspedes, y
susurrando, susurrando con un ruido semejante al de las abejas que
zumban en torno de las flores, se alejan por entre las arenas, y
forman un cauce, y luchan con los obstáculos que se oponen á su
camino, y se repliegan sobre sí mismas, y saltan, y huyen, y corren,
unas veces con risa, otras con suspires, hasta caer en un lago. En el
lago caen con un rumor indescriptible. Lamentos, palabras, nombres,
cantares, yo no sé lo que he oído en aquel rumor cuando me he sentado
solo y febril sobre el peñasco, á cuyos pies saltan las aguas de la
fuente misteriosa para estancarse en una balsa profunda, cuya inmóvil
superficie apenas riza el viento de la tarde.

Todo es allí grande. La soledad con sus mil rumores desconocidos, vive
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